Los campos de Rascanya constituyen un paisaje rural fruto de la laboriosidad, dedicación y entrega de los labradores a las tierras heredadas de sus mayores, y el aprecio y celo que ponen en su cultivo, frente a las dificultades y adversidades propias de un mundo cada vez más globalizado, los ha obligado a limitarse y diversificar cultivos buscando la especialización, la mecanización y defensa de su trabajo frente a la competencia, al tiempo que veían cómo la presión urbanística iba menguando gran parte de las antes fértiles tierras hoy ocupadas por modernas construcciones y vías urbanas.
Actualmente la huerta de Rascanya constituye un modelo de explotación agrícola donde ha desaparecido gran parte del utillaje y determinadas técnicas agrícolas, además de las soluciones poblacionales propiamente valencianas, como la barraca, los rocines, acequias, hijuelas y sequiolets, solo conservados por la añoranza de tiempos solariegos cuando el hombre formaba parte del medio y se encontraba íntimamente unido a él.
Es el objeto de la presente publicación difundir y contar a las nuevas generaciones por dónde discurrían y serpenteaban las acequias que daban vida a todos aquellos campos, de dónde salían aquellas hortalizas que llenaban mercados para el gozo de los sentidos, dónde se encontraban los molinos que convertían en harina el grano de los almudines o los silos (les sitges de Burjassot)… pero también recordar todas las alquerías y barracas que, junto a los campos, daban reposo a los principales protagonistas: labradores, familias y ganado que, desde el amanecer hasta la noche, hacían posible la riqueza de la huerta.
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